Amo a una Bogotá abrupta con olor semen y petróleo
importado, y es que me la colgué del brazo y me enseñó
a caminar por cualquier calle.
Me sedujo el cabello largo de la prostituta y el miedo
en un lugar de quinta, la coca, la mona y la sospecha.
Lancé miradas de entendimiento a todos los gamines
y temí encontrar mi foto, ya muerto, en “El Bogotano”.
Alquilé un cuarto arriba de un billar de mala muerte,
saludé al contrabando, no temí a los soldados,
pero no soporté a la iglesia.
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