Pasaron muchas cosas. Yo intentaba quedarme, me decía: No seas tonto. Pero la vida estaba ahí, haciendo señas siempre, aparecía en los lugares, las miradas, las calles.
Me fascinó el misterio que envolvía las historias, el vuelo impredecible de imaginar las cosas y estar “así de poquito” de entender qué pasaba.
Me dediqué a cavar fosas para algunos afectos y dar agua a los imposibles, por ver si daban fruto, dejaban algo a cambio, o nada más estaban.
Me perdí muchas veces y regresé otras tantas. Me cansé en muchas formas pero siempre soñaba.
La cínica esperanza renacía a cada paso, como si fuera un cumpleaños o un alimento diario que prometía ser mejor.
La vida es esforzarse, pero las formas que inventaba de descubrir yo mismo: el impulso, la causa, la verdad, no eran.
Debí haberme quedado escuchando a los otros, encontrar las razones más simples para trepar por ellas, igual que hicieron todos, y no quedarme solo con el mismterio a cuestas.
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Caracol tan lejos.
¿Qué estás haciendo aquí ?
Qué no habíamos quedado
en no hacer apariciones sin
antes de ver el fondo, abrazar
la marea, escuchar tu sonido
y preguntar por mí.
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El pan de cada noche
En la ciudad que se forma
al fondo de un caracol,
hay un sinfín de calles
donde las prostitutas
son las hijas consentidas
de Dios.
Por eso la luna sale
exclusivamente
a repartirles besos
en la frente, y es porque
el padre está contento
de que puedan ganarse
el pan de cada noche.
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Palabra sola
Palabra sola
sin rescate posible.
Mujer que envejece
en caracol – castillo
sin que nadi escuche,
sin saber su sonido.
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